Con toga o sin toga
El hábito no hace al monje. En nuestro caso, la toga tampoco hace al magistrado. En un solo año, hemos tenido un magistrado que está preso por coima, otro que también lo estaría si no hubiera optado por darse de baja y otros que les tiembla la mano a la hora de emitir fallos y postergan tanto sus decisiones que, cuando se dan, ya no son relevantes. Por eso, los aspirantes a magistrado tienen que tener una trayectoria impecable en su vida personal y profesional. No es que van a ponerse la toga primero y a adquirir conciencia después. Al revés, la investidura del cargo exige candidatos de una gran talla moral.
En Estados Unidos (EU), un fallo de nueve magistrados –¡nueve personas!– define y dictamina lo que es o no constitucional en un país de 300 millones de habitantes. Así, en casos dificilísimos como el derecho al matrimonio gay, el magistrado Kennedy emite un fallo histórico donde dictamina que la libertad para casarse ya no se le puede negar a personas del mismo sexo: “Ninguna unión es más profunda que el matrimonio pues encarna los más altos ideales de amor, fidelidad, devoción, sacrificio y familia. Al formar una unión matrimonial, dos personas se convierten en algo más grande de lo que antes eran”.
En un país de fuerte tendencia conservadora y un militante y temerario “Tea Party”, la decisión es acatada por todos –¡sin más!– por dos razones: uno porque las decisiones de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) son inapelables y dos porque estos nueve individuos tienen una moral intachable que obliga a la gente a aceptar como buena su decisión por más que riña con sus propias creencias o inclinaciones políticas. Que en un momento dado se puedan equivocar es una cosa, pero que la equivocación se deba a intereses personales o partidarios es otra completamente distinta.
Eso es lo que le da la fuerza, la fuerza de la moral. En EU los nombramientos a la CSJ son de por vida; generalmente, los nombramientos hechos por presidentes republicanos son de personas de corte conservador, los hechos por demócratas son, obviamente, más liberales. De esta forma se logra el balance para que la CSJ no se incline nunca en una sola dirección. La fortaleza del sistema judicial es lo que da legitimidad a la democracia. Por eso, el puesto de magistrado requiere de una estabilidad en el cargo de una vida entera. Así de importante es.
En la historia reciente de Panamá, ha habido dos períodos funestos para el desarrollo de nuestra democracia: la dictadura militar y el gobierno de Martinelli. En ambos, se ha puesto en juego la fibra misma de nuestra sociedad con nombramientos a la CSJ que no cumplen con los requisitos básicos de probidad, honestidad e independencia. Es importante que en este proceso de selección, la radiografía moral de los candidatos sea hecha por la sociedad civil y no dependa del escrutinio de una Asamblea Nacional, igualmente cuestionable. La tarea es fundamental: encontrar un candidato que sea digno de llevar la toga.