La verdadera democracia

Año tras año diferentes instituciones, desde universidades hasta centros de investigación privados, elaboran diferentes índices con el propósito de medir la calidad de la democracia en el mundo y ubicar a los países en un ranking.

Así, vemos cómo las naciones van avanzando o retrocediendo con relación a la existencia de democracia en su sociedad. Sin embargo, muchas veces no dimensionamos en su justa medida el valor de esa democracia. Con esto me refiero a que por lo general analizamos esos datos teniendo en cuenta una definición clásica de la democracia o, cuando menos, limitada a aspectos político-electorales.

Es sabido que el rasgo principal de la democracia radica en al menos tres pilares fundamentales que son: la realización de elecciones periódicas y libres; el sufragio universal, y el respeto por las minorías. Estos son los parámetros con los que habitualmente evaluamos un régimen para catalogarlo de democrático.

Sin embargo, estos asuntos solamente se refieren a cuestiones electorales y la democracia es mucho más que eso.

En 1983, al asumir la Presidencia de la República de Argentina, luego de las elecciones que marcaron el final de la dictadura militar, Raúl Alfonsín pronunció una frase que coloca a la democracia en su real dimensión. Dijo: “Con la democracia se come, se cura y se educa”.

Esta visión por fuera de lo político siempre marcó mi idea acerca de lo que la democracia debe ser. Sin duda que la dimensión electoral es fundamental para su existencia, es casi su garantía, pero de poco sirve tener la posibilidad de elegir un gobierno si este no facilita el desarrollo integral y humano de sus habitantes. La dignidad de las personas va más allá de la libertad para elegir a quienes los gobiernan. Debe hacerlo, pero con la certeza de que esa decisión es tomada desde un lugar de satisfacción de sus necesidades elementales.

Desde que los diferentes índices se publican, Panamá ha mejorado sustancialmente su desempeño, acercándose a las democracias más consolidadas de la región. Esto es no solamente gracias a la alternancia de partidos en el poder, a la mayor garantía en la realización de elecciones, a la mejora en el funcionamiento de los organismos de justicia, sino fundamentalmente a la creación de programas que aseguran la inclusión social y que distribuyen de forma más equitativa los recursos de todos los habitantes de esta maravillosa tierra.

A pesar de todos los esfuerzos que la dirigencia política del país realice, no habrá desarrollo democrático ni social posible sin educación para la gente. La mejora en la distribución de los recursos, sumada a una mayor calidad educativa proporcionan un mecanismo de ascenso social inigualable, verdadero motor del desarrollo, no solo económico, sino social. Tenemos todavía muchos desafíos por delante. Tengan la certeza de que mi hombro está siempre puesto para empujar a favor de la democracia.

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