El estado de excepción permanente

Quién tiene el derecho a decidir quién tiene derechos? Normalmente responderíamos que el pueblo, como legítimo soberano de la nación y fuente de toda su ley. Pero en nuestros tiempos, la respuesta parece ser una suerte de soberano hobbesiano , como el que postuló el teórico alemán Carl Schmitt, que en Panamá asume la forma de una casta política y económica que concentra todo el poder del Estado, facultado para convocar un estado de excepción en el cual puede, en nombre de la defensa de la ‘seguridad pública ', despojar a todo ciudadano de sus derechos y declararlos enemigos de la nación, sujetos ahora no al Estado de derecho sino al estado de guerra. Es el poder sobre la vida y la muerte del pueblo.

El estado de excepción lo ha convocado el Estado panameño al acusar a un grupo de estudiantes institutores de terroristas. Es grave intentar condenar a ciudadanos por actos de protesta sin tener prueba alguna que los vincule directamente a una ilegalidad, pero es más grave aún el querer declarar el derecho a la protesta como un acto terrorista. El que protesta no termina siendo solo un criminal dentro de la ley, sino un terrorista fuera de toda ley. Si protestar es terrorismo, cualquiera que proteste es potencialmente un enemigo, y una vez cualquiera puede serlo, todos lo son. Panamá ha abierto las puertas a una guerra contra su propio pueblo, donde el derecho a tener derechos, que es para Hannah Arendt el derecho fundamental, está en peligro.

La idea esencial del estado de excepción es que bajo circunstancias excepcionales, generalmente de peligro a la sobrevivencia de la comunidad política, se suspenden las garantías constitucionales, declarando un estado de guerra, como plantea el padre del liberalismo John Locke, para destruir al enemigo por todos los medios posibles.

El estado de excepción en su comprensión cotidiana y legalista implica una amenaza externa y temporal, como un invasor, desastre natural o crisis humanitaria, por lo que la excepción solo rige mientras la amenaza siga latente. Pero desde el advenimiento de las sociedades modernas capitalistas, los enemigos son principalmente internos, personas quienes por sus ideas y actos se consideran un peligro al orden imperante, contra quienes los detentores del poder están dispuestos a usar la violencia sin limitante alguna en todo momento que consideren necesario. Es una excepción que trasciende toda temporalidad y se constituye en un paradigma de Gobierno permanente, como afirma Giorgio Agamben.

¿Por qué? Porque una cosa es hacer críticas dentro de las reglas del juego, otra es criticar las reglas del juego en sí, esas que mantienen un orden desigual e injusto, donde los pocos monopolizan el poder y lo utilizan para saquear al Estado y apropiarse de las riquezas para beneficio propio en desmedro de las mayorías.

Hoy son los estudiantes. ¿Mañana quién será? ¿Todo aquel que clame por su derecho al agua, alimento, tierra, trabajo, salud, educación, democracia, justicia, es un terrorista? ¿Se despojará de sus derechos a todo el que exija el respeto a esos derechos?

El Estado quiere abrir las puertas a un estado de excepción permanente, una guerra por apropiarse de nuestros bienes sociales y naturales donde el enemigo, como poseedores legítimos de esos bienes comunes, somos todos los ciudadanos. Generar temor en la ciudadanía, disciplinarla y domesticarla para que no se atreva a alzar su voz para cuestionar y criticar, o incluso proponer y construir, es el fin de su política de terror. Una excepción que, como indica Walter Benjamin, se convierte en la regla.

El pueblo que se sabe soberano sobre su Patria, es declarado enemigo por los acaparadores de la nación. Pero estemos claros que, si terrorista es el que atenta contra la sobrevivencia de un pueblo, terrorista es entonces el Estado que le declara la guerra a su pueblo, y justa será siempre la lucha del pueblo contra ese Estado.

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