Feminicidio, un problema de civilización
El entorno de la violencia de género rodea a las mujeres desde que nacen, forma parte de su vida privada y cotidiana… de su intimidad. Las formas de violencia están presentes en las estructuras de dominación y las instituciones que regulan las conductas: la familia, la religión, el trabajo, las diversiones públicas, las organizaciones criminales y el Estado.
Las condiciones de inseguridad y las desigualdades sociales, no son suficiente para explicar las características que presentan las muertes de mujeres. El ensañamiento y la crueldad en la que está inmerso ese evento fatal, en el que cada vez más mujeres en edades productivas con hijos (as) menores que en muchos casos sobreviven y son testigos (as) de la ignominia que rodea la muerte, riñe con la humanización a la que aspira una sociedad civilizada.
No existen argumentos éticos, morales, religiosos y jurídicos que justifiquen la trivialidad con la que se priva de la vida a una mujer. Hannah Arendt atribuía al poder de decidir sobre la vida y la muerte por parte de un homicida común, el término ‘banalidad del mal', sobre todo por la crueldad que rodea el hecho y el despojo de la condición humana por parte de éste, que se apoya en las estructuras de dominación.
Está claro que los niveles de complejidad con que se trama y entrelazan las relaciones interpersonales son cada vez más complejos; como complejas son las sociedades. No hemos evolucionado como sociedad a un estado de civilización que resquebraje la barbarie que representa la violencia de género en todas sus manifestaciones y, menos, en acabar con la vida de mujeres, como si fueran una plaga que pone en riesgo la especie humana.
Hemos sido testigos virtuales de la manifestación de mujeres en Kabul, Afganistán, en una protesta sin precedentes, por la muerte de una mujer a manos de hombres que la ultrajaron y que luego quemaron viva, mientras la policía era mudo testigo del hecho. No es diferente en nuestra región, con las tasas más altas de muertes violentas de mujeres. No debemos olvidar nunca las muertes de mujeres en Ciudad Juárez (Chihuahua, México), en las que la Corte Interamericana de Derechos Humanos condena, por primera vez, a una Estado por considerarlo ‘culpable de violentar el derecho a la vida, la integridad y la libertad personal', así como de culparlo por ‘no investigar adecuadamente las muertes de las mujeres'.
El feminicidio se constituye en el homicidio de una mujer por razones de género y la impunidad de éste, que involucra al Estado que es el llamado a investigar, castigar y crear políticas de adecentamiento de la violencia contra la mujer. Los Estados le niegan el derecho a los sobrevivientes a conocer las causas reales de homicidio y castigar al transgresor.
La violencia contra la mujer sigue en abierto enfrentamiento con la civilización. El contexto en que esta se da, es el reflejo de nuestras sociedades modernas que no han rebasado el estado de barbarie.
En Panamá, hemos recibido el Protocolo Latinoamericano de Investigación de las Muertes Violentas de Mujeres por razones de Género (femicidio/feminicidio) que conjunto con la Ley No. 82 del 24 de octubre de 2013, ‘en la cual se adoptan medidas de prevención contra la violencia en las mujeres y se reforma el Código Penal para tipificar el femicidio y sancionar los hechos violentos contra la mujer', ofrece un mejor tratamiento al flagelo.
La tarea pendiente es la intervención en las estructuras de dominación que devalúan la condición de la mujer, para avanzar en erradicar la violencia de género, que en Panamá presenta aumentos significativos y condiciones aberrantes.