Daño colateral de las leyes

En el país hay muchas leyes que se crearon con una intención, pero en el camino se trastoca su fin último o, por su redacción imperfecta, permite hacer lo contrario a lo propuesto. Veamos.

En el Código de la Familia definitivamente hay normas que necesitan revisión, pues su interpretación por parte de las autoridades y los actores contraviene su razón de ser, que es “preservar a la familia”. Hay casos concretos en que los padres temen llamarle la atención a hijos, ya que estos amenazan con acudir a las autoridades y acusarlos. Esto ha hecho que muchos padres, cómodamente, hayan renunciado a la patria potestad para evitar problemas, y responsabilizan al Estado de esto, lo que en mi opinión no deja de tener algo de cierto. Es necesario educar más sobre el tema para empoderar a los padres de su función en la familia, y a los niños sobre deberes y derechos.

Yo hubiera preferido que los muchachos panameños continuaran empaquetando víveres en los supermercados, porque ahora esa labor la realizan en su mayoría jóvenes de otras nacionalidades. Los supermercados, como parte de su responsabilidad social, habrían podido mantenerlos allí, solo comprobando que asistían a clases y tenían notas aceptables. Ahora esos niños y jóvenes, con mucho tiempo ocioso y sin padres en casa que los atiendan, son fácil presa de las pandillas que les ofrecen seguridad y dinero.

En los cafetales se prohibió que los niños ngäbe buglés acompañen a sus padres durante la cosecha. Esto ha hecho que muchos emigren a Costa Rica, cuyas autoridades comprenden mejor la idiosincrasia de ese pueblo. Acá los pocos que salen a trabajar dejan a hijos e hijas indefensos en casa, expuestos a abusadores, embaucadores y vagos, generalmente, parientes cercanos y, como resultado, tenemos un incremento en los embarazos de niñas, con el agravante de las relaciones incestuosas que ocasionan múltiples problemas de salud.

En muchas naciones, incluso en Estados Unidos, la agricultura es una ocupación familiar. El padre le transmite a sus hijos las técnicas de cultivo más exitosas, el amor a la tierra, el orgullo de ser un productor independiente, de cultivar productos de calidad, y de optimizar el uso de sus recursos. En nuestro campo, donde lo que reina es la escasez y la ignorancia, es difícil transmitir valores, y menos con leyes que incentivan la desobediencia de los jóvenes, que solo sueñan con irse a la capital, en donde malviven, son presa de los delincuentes y entran al círculo de la pobreza citadina.

Los obreros, técnicos, albañiles, ebanistas o artesanos están en problemas si quieren llevan a sus hijos, como aprendices, para transmitirles el oficio que desempeñan. Por eso, se está perdiendo el conocimiento, la experiencia y el amor por las artes. Las leyes vigentes los hacen susceptibles a sanciones y esto desincentiva el interés por enseñar una forma lícita de trabajar. Es necesario revisar, actualizar y corregir esas leyes que se han convertido en precursoras de la desunión familiar, las pandillas, la impunidad, el abandono de la patria potestad y el libertinaje precoz.

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