El mito de la igualdad de género

El Estado panameño ha desarrollado diferentes acciones para mitigar el problema de la desigualdad de género, mediante la creación de leyes que le brindan más oportunidades a las mujeres; el rechazo de todas las formas de discriminación; la adopción de medidas para frenar la violencia doméstica, y el diseño de programas para facilitar el acceso a la educación. Todo esto ha contribuido muchísimo, pero aún falta un trayecto muy largo.

Si volteamos la mirada a la realidad, veremos dos caras: una de mujeres que aprovechan estas oportunidades y, a pesar de tener trabajos pesados y una familia que acapara gran parte de su tiempo, continúan sus estudios de pregrado y maestrías. Lo mejor de todo es que tienen muy claras sus metas y se destacan en lo que hacen. Es común escuchar: “Mejor contratamos mujeres, son más responsables y comprometidas”. Esto las convierte en verdaderas protagonistas y ejemplos para las demás.

La otra cara, la vemos en las noticias de crónica roja y corresponde a las que son maltratadas. La violencia de género ha sido y sigue siendo un delito invisible, muy poco investigado y castigado. Incluye a mujeres que cumplen dos tercios de las horas laborales, pero solo perciben el 10% de los ingresos, sufren discriminación y poseen menos del 1% de la propiedad. Si esto ocurre con ellas que hace más de un siglo emprendieron el camino para que se les reconozcan sus derechos, ¿cómo será con el tercer género? En el mundo solo hay 20 países que reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Para avanzar en esta lucha, debemos reconocer la igualdad de género no solo como un asunto formal, sino trasladarlo a la vida cotidiana. Hay que hacer una realidad tangible el que hombres y mujeres se relacionen y vivan, como iguales, y trasladar esto al mundo de la política, de la economía y el profesional. Queda mucho terreno por conquistar, y tareas que concretar para superar la inercia de siglos de discriminación.

El verdadero reto empieza en la familia, el pilar más importante en la educación de todo individuo. Es ahí que se forjan los valores, se establecen los primeros vínculos emocionales y las vivencias con las personas cercanas. Es ese medio donde el niño aprende lecciones sociales básicas que le ayudarán en su relación consigo mismo y con los otros. Poco a poco, conocerá las normas, pautas de actuación y el comportamiento humano. La enseñanza debe ser solidaria y equitativa. Las ideas tanto de las niñas como de los niños deben ser aceptadas por igual; fomentar las fortalezas y las capacidades, tanto de mujeres como hombres; y compartir las responsabilidades, los juegos y las tareas del hogar como prácticas comunes, entre hombres y mujeres.

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