Sistema Penitenciario Y Sociedad (II)
A lo largo y ancho de esta nuestra querida tierra, donde quiera que uno mire, grandes montones de piedra silenciosa y lóbrega, yacen agazapados como trampas talladas por algún gigante. Pero ninguna trampa ha tenido tantos guardianes y seguramente ninguna trampa ha ocasionado nunca tanta oratoria como la que se clama cada año acerca de las prisiones.
Siendo uno de los vestigios más bárbaros de la sociedad, uno de los comentarios más tristes sobre la masa de la humanidad, la prisión ha estado con nosotros desde el momento en que el primer jefe tribal, en la noche de los tiempos, arrojó a un hombre primitivo indisciplinado a una oscura y húmeda cueva. Desde ese momento la rutina ha cambiado poco. Todo hombre lleva consigo la idea de una prisión, definiéndola como una celda pequeña, mal iluminada, donde puede prohibírsele a una persona el asociarse con el resto de la sociedad, es extraño que nadie haya intentado llegar al hecho fundamental.
Ese hecho ha estado siempre con nosotros, es una verdad cruda tal vez, para nuestra sociedad calvinista. Sería muy probable que ofendiera a muchas mentes que prefieren los convencionalismos en lugar de la verdad o el bien de todos. Puede establecerse muy simplemente, grandes psiquiatras y criminólogos han preferido no prestarle atención.
El hecho de sentenciar a un hombre a prisión es el deseo combinado de la sociedad de que ese hombre sea enviado de vuelta al seno materno del que provino. Es el arrepentimiento de todos de que ese hombre haya nacido jamás. Y mientras la sociedad siga expresando ese deseo, los tribunales y los funcionarios de la ley continuarán obedeciendo el mando de la multitud y desearán, con formas muy serias y con un aire muy pomposo, ese mismo hecho. En el barbarismo ilustrado de nuestros tiempos, existen algunas personas con la suficiente inteligencia como para darse cuenta de la estúpida falacia que esto supone. La analogía entre una pequeña y oscura celda y el seno materno parece haber eludido a atención que merece.
Se considera una celda simplemente como un lugar donde el criminal permanecerá incomunicado hasta que renazca. Raramente se les ocurre que este hecho está fomentando la práctica de poner a este criminal dentro de una sociedad de criminales. El hecho de que el propio criminal contacte a muy pocos de sus colegas fuera de los muros de la prisión, nunca parece tener nada que ver con la situación.
No es un pensamiento nuevo que el criminal se reúne con muchos de su género cuando está en prisión y que aprende de ellos muchas cosas que antes solo sospechaba vagamente. Sin embargo, cuando ese hecho se ordena junto con otros, la luz de repente comienza a brillar.
Muchos hombres, en muchas oficinas bajo muchos jefes, durante muchos años, han estado ocupados compilando estadísticas acerca del crimen. Es dudoso si los resultados tabulados se obtengan con la intención de lograr mayor orden en el mundo. Los números y porcentajes más bien tienen la intención de mostrar al público que hay gente que está, de hecho, tabulando esas cosas y que, por lo tanto, se están consiguiendo y atesorando mucha reflexión, energía y resultados, a cambio de ciertos salarios que han de ser pagados por el erario. Parece bastante obvio que algo puede hacerse con esas cifras, ¿por qué no se hace algo?
Nos enteramos ‘grosso modo' que el criminal de hoy se encuentra en una gran mayoría entre los dieciocho y veinticinco años. Jóvenes a los que se les ha timado diciéndoles que obtendrían trabajos bien remunerados, al menos, para cubrir sus necesidades básicas. Estos jóvenes no saben nada de la ley, sienten que su entorno les ha fallado y salen a la calle, cometen su primer crimen, la policía los atrapa y pasa a ser el novato de la universidad del crimen.
Supongamos que nunca antes había visto a un verdadero criminal, pasando a estar rodeado de hombres que hablan con orgullo acerca de sus asaltos, de sus estafas y de la venta de droga entre otros, empiezan sus primeros trabajos con los amigos de sus amigos, asumiendo puestos y misiones cada vez más peligrosas en el mundo criminal. De forma natural él sigue la única profesión para la cual recibió preparación intensiva alguna vez. No importa cuántas veces sea arrestado, su sentido de la importancia le prohíbe pensar que pueda volver a ocurrir. El que sea arrestado una y otra vez es inevitable, tan inevitable como el hecho de que un tribunal de libertad lo volverá a soltar.
Regresa a prisión como un graduado que regresa a su alma máter, y hay más verdad que sarcasmo en esto. Es muy asombroso escuchar a estos hombres cuando se sientan a intercambiar experiencias.
Basta decir que la disciplina en lugar de la educación criminal mediante la prisión ha cambiado el destino de muchos más hombres de lo que se atreven a admitirlo. Y que la carencia de programas efectivos, como algunos que se han implementado en el pasado, especialmente en la población femenina, serían los ideales para hacer algo al respecto y entregar resultados a la ciudadanía, quienes vivimos preocupados por el aumento de la criminalidad.