Las Venas Abiertas De La Nación
Definitivamente, la pobreza y la inequidad social pueden cambiar el mundo. Frente al saqueo económico, escandaloso, exorbitante y delincuencial, del que fue objeto nuestro país durante la gestión gubernamental del presidente Ricardo Martinelli –sin descartar los actos irregulares que se cometieron en otras administraciones–, pareciera ser que los panameños somos muy tranquilos, pacíficos, flemáticos e indiferentes ante los hechos ilícitos y antipopulares. Esto, como es manifiestamente notorio, se traduce en grandes y graves problemas sociales que son ahora el caldo de cultivo en el que se produce descontento y violencia de todo tipo, en cualquier parte del país. Es evidente que esto pone en jaque al “orden público y la paz social”.
Ante esa aparente realidad pasiva, es peligroso que nos equivoquemos, pues podría tratarse de un simple espejismo. Como reza el refrán: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. La actitud “conformista” de los panameños (en su mayoría) se debe a que estamos profunda y patológicamente frustrados, al observar que la mal llamada “democracia local” se limita a que cada cinco años se celebren elecciones generales para votar por candidatos que aspiran a ocupar distintos cargos públicos en el gobierno. Y, como si el gobierno fuese un tren, los bandidos que lo manejan se bajan en una estación, para que en la próxima se suba otro grupo de ellos a tomar el mando. Mientras, los pasajeros –en este caso es el pueblo– quedan en manos de sujetos proclives a la demagogia, a la corrupción y a la maleantería.
Como se desprende del mencionado refrán, tal frustración tiene un punto final. En ella está el caldo de cultivo para el descontento social y político que desencadena en violencia. Como la que vemos in crescendo en los barrios populares, en los arrabales o los guetos del país, y que se manifiesta en forma de delincuencia común. Esta, desafortunadamente, enfrenta al pobre contra el pobre. Pero, una vez que no queden más presas famélicas para saciar el hambre o las sinvergüenzuras de los delincuentes, sin lugar a dudas, esa especie de “lobos humanos hambrientos” extenderá su coto de caza hasta lugares supuestamente más seguros (como ya ha sucedido). Así cualquier persona –sin que importe su posición ni seguridad personal– correrá el riesgo de convertirse también en una “presa”.
A la par, los indignados por las injusticias del sistema imperante crecerán, como una avalancha, por culpa de los reconocidos “politicastros” que durante muchos años han arribado o asaltado al gobierno, y no para servirle al Estado, sino para servirse del Estado, con una voracidad salvaje.
El destino o futuro por esta cruda realidad es patético. Habría que ser una persona ciega para no percatarse de que la inmensa mayoría de panameños sufre un sinfín de males sociales, por la forma grosera e inhumana como se han vandalizado y saqueado los recursos económicos del Estado. Esto provoca la escasez de comida, agua, viviendas populares, medicamentos, educación, recreación y justicia. En consecuencia, aumenta la angustia social, a tal extremo que si alguien requiere ir a un hospital público, por motivo de cualquier enfermedad, sería aconsejable que lleve una Biblia, pues tomando en cuenta las pésimas condiciones de los establecimientos públicos de salud, le pueden adelantar su visa de salida al más allá, sin boleto de regreso.
Como escribió Eduardo Galeno: “En la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”.