En defensa del lucro

Una de las quejas más comunes que suelen proclamar aquellos que critican el sistema de libre empresa o capitalismo, es que las grandes compañías y ejecutivos no deben basar sus acciones comerciales en el llamado “sistema de lucro” o de ganancias. Según este pensamiento, los empresarios que cimentan su actividad en el mundo laboral con miras a la consecución del lucro, exclusivamente, crean un sistema contrario a las necesidades de los trabajadores y de aquellos que luchan a diario por mejorar su calidad de vida. Ese pensamiento en contra de las ganancias ignora la verdadera naturaleza del sistema de libre empresa, que permite la cooperación social entre los individuos, mediante la división del trabajo, el derecho a la propiedad privada y la igualdad ante la ley. Aquellos que critican la motivación y los incentivos para obtener ganancias, ignoran la distinción que existe entre intenciones y resultados. Esto quiere decir que ignoran la posibilidad de que las políticas estatales intervencionistas ofrezcan consecuencias no intencionadas. Desde Adam Smith, considerado padre de la ciencia económica, los economistas han comprendido que el interés propio de los productores del que, por cierto, la motivación al lucro es solo un ejemplo puede conducir a progresos sociales importantes. Tal como indicara Smith, “no es por la generosidad del panadero, del carnicero y del cervecero que nos proveemos de alimentos para la cena, mas sí lo es por su propio interés”. La motivación hacia el lucro es lo que permite que se generen riquezas que, a su vez, elevan el nivel de vida de los individuos al poder elegir de forma libre. Lo que realmente determina si los fines de lucro conllevan a la generación de buenos resultados, para la sociedad, son las instituciones a través de las cuales las acciones humanas se llevan a cabo. Un sistema económico bueno es aquel en el que dichas instituciones, leyes y políticas permiten que el interés propio que no debe ser confundido con el egoísmoconlleve a resultados que beneficien a la sociedad. Por ejemplo, tenemos a empresarios institucionales, como Steve Jobs, quien gracias a su motivación personal al lucro logró beneficiar a millones de personas en el mundo, mediante la producción de artículos tecnológicos, como los ordenadores Mac, las tabletas iPad y los teléfonos móviles iPhones que facilitaron el comercio y el desarrollo científico, entre otros. Culpar a la función del lucro es inclusive peligroso. Primero, porque no explica cómo sería posible resolver el problema de la escasez, es decir, cómo asignar los recursos escasos para satisfacer la mayoría de las necesidades que son infinitas; y segundo, porque se asume la idea del Estado benevolente, o sea, afirmar que los oficiales del Estado no operan mediante el factor lucro, a diferencia de los que operan en el mercado, algo rotundamente falso. En economías mixtas (ni capitalismo de libre mercado ni socialismo), en las que rige el Estado interventor como la que predomina en Panamá y, prácticamente, en el resto del mundo el orden institucional premia el comportamiento políticoclientelista que produce consecuencias nocivas para la sociedad. Un claro ejemplo ocurre cuando un clientelista político, al que desafortunadamente a veces se le conoce como “empresario”, ofrece su apoyo a un proyecto de ley o regulación que sabe que solo le beneficiará a su empresa, ya que eleva el costo de operación a las demás empresas con las que compite. Esto es el resultado de la nefasta alianza políticocomercial que tanto domina en los ambientes de sistemas mixtos intervencionistas. Las críticas y quejas de los individuos en la sociedad se deben enfocar en dichas alianzas clientelistas, que distorsionan la naturaleza coordinadora del

mercado. Es muy importante resaltar esta diferencia: Una cosa es que un empresario obtenga ingresos muy altos, sirviendo al consumidor, y otra es que obtenga ingresos y se convierta en millonario, mediante la usurpación del dinero que se extrae, a la fuerza, a todos aquellos que pagan impuestos. La verdadera queja por parte de la sociedad debe enfocarse en dichas alianzas políticoclientelistas.

Jaime Narbón

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